De vez en cuando, sin motivo alguno, me resulta útil recordarle a mi esposa que una de sus funciones es obedecer todas mis órdenes. Así que la llevo al garaje, dejo la puerta entreabierta y me voy. Después de asegurarme de que los demás se hayan ido a sus puestos, le doy un par de latigazos y le infundo un poco de dolor.