Volví a cargar la cámara Polaroid y la coloqué en lo alto de una escalera (la foto anterior la había procesado colocándola un escalón más abajo, solo para realzar su firme y enorme trasero en ese momento). Ella me esperaba con las piernas abiertas en la cama. Apenas tuve tiempo de penetrarla, y en ese preciso instante me corrí dentro de ella mientras me decía: «Vamos, vamos, ¡más fuerte!». Esa noche, nuestro trío marcó un paso importante: se enteró de mi disposición a entregársela a otro hombre. Nuestras conversaciones se volvieron cada vez más interesantes, hasta que culminaron en la forma en que he escrito todo con detalle en las historias. Tarde o temprano tendré que decidir si les muestro al menos una foto Polaroid que le tomó su amante. Pudo hacerlo porque mi esposa se llevó la Polaroid con el pretexto de fotografiar a los niños durante la obra de teatro del colegio. La llevó a la oficina y se hizo una foto haciéndole una mamada en el baño. Esa noche la puso sobre mi almohada. Incluso hoy, para mí, es la mejor foto jamás vista.