Como si tuviera el escenario del mundo bajo mis pies, avanzo con la confianza de quien sabe que cada paso es una huella en el cemento de la historia; mi sonrisa es la firma de un contrato invisible de éxito, un acuerdo tácito con el universo que promete una danza de triunfos y desafíos superados. En cada gesto está la precisión de un director de orquesta, en cada mirada, la visión de un director que ya sabe cómo será la escena final. Soy el protagonista de una epopeya aún no escrita, pero ya legendaria.