Un día, mientras comentaba una noticia, mi esposa me contó que a ella también la habían manoseado en el transporte público; se me puso la polla dura al instante. No fue fácil convencerla de que me contara la historia con detalle, pero cuando por fin se armó de valor y empezó a hablar, me invadió una oleada de excitación. Fue como verla en ese metro abarrotado con una amiga suya, rodeada de hombres apretados contra ella. Podía sentir sus pollas erectas a través de la ropa, sus suspiros en su cuello... Entonces sintió la primera mano, a la que pronto se sumaron otras. Una mano bajo su falda, dentro de sus bragas... mientras otra le tocaba los pechos desde fuera y luego se aventuraba bajo su camisa, buscando el contacto con su piel desnuda. Mientras tanto, su amiga recibía el mismo trato, y se miraron, incapaces de reaccionar ante ese acontecimiento inesperado que, por un lado, no deseaban, pero por otro, las había puesto increíblemente mojadas. Después de ese incidente, evitaron subirse al transporte público abarrotado durante un par de semanas, pero luego empezaron a hacerlo de nuevo.